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Desperdicio alimentario: así lo evitamos en nuestra fábrica

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Uno de los problemas más acuciantes que vive la industria alimenticia es la del creciente desperdicio de alimentos. Se trata de una cuestión que no sólo supone un problema social y humanitario, sino también medioambiental, económico e, incluso, moral.

En efecto, en los últimos años el número de toneladas de alimentos que se tiran a la basura no deja de aumentar mientras que más de 1.000 millones de personas sufren malnutrición o tienen problemas para acceder a una adecuada alimentación.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), “un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se pierden o se desperdicia a nivel mundial, lo que equivale a 1.300 millones de toneladas al año”. Además las pérdidas “se producen a lo largo de toda la cadena de suministro, desde la producción hasta el consumo en los hogares”.

No obstante, de manera reciente tanto los consumidores como las empresas han empezado a abordar la problemática del desperdicio de alimentos, poniendo su granito de arena para intentar reducirlo. 

En este post nos hemos propuesto explicar el problema incluyendo las múltiples dimensiones que presenta.

Consecuencias medioambientales

Una de las principales causas por la que se da el malgasto de alimentos son los sistemas de producción en masa que se han impuesto en el cultivo y la transformación de alimentos a nivel mundial.

Al producirse más productos de los que el mercado puede absorber, muchas veces estos alimentos acaban en el contenedor antes incluso que en el lineal del supermercado. 

Estos sistemas de producción, que no tienen en cuenta los principios de sostenibilidad, suponen un coste medioambiental muy alto. Principalmente porque se han invertido en ellos grandes cantidades de recursos naturales que finalmente no han sido aprovechados.

En otras ocasiones, el desperdicio ocurre en el supermercado o cadena de distribución. En alimentos frescos, sobre todo, y en otros con fecha de caducidad que, al no ser vendidos en su plazo consumible, son desechados. Al coste medioambiental que ya habíamos señalado, es necesario sumar la huella de carbono que estos alimentos han dejado en su transporte para luego acabar en la basura.

Por último es necesario señalar los casos en que los alimentos vegetales no son debidamente tratados. Si no existe un buen compostaje y acaban en un vertedero común, se inicia un proceso de fermentación que acaba produciendo metano, un gas aún más preocupante para el efecto invernadero que el propio dióxido de carbono.

Otras consecuencias asociadas

La principal repercusión que tiene en los hogares el desperdicio alimentario es el económico. Según una noticia publicada en septiembre de 2018 por TVE, este coste es de 250 euros por persona y año. Incluso, en muchos de estos casos, la comida se tira sin ni siquiera haberse utilizado o cocinado, como apunta esta noticia más reciente de eldiario.es.

Entre las causas de que este fenómeno ocurra, algunos expertos señalan el vertiginoso ritmo de vida, la falta de planificación y los hábitos de consumo. En otras ocasiones, muchos alimentos aún consumibles son desechados por una simple cuestión estética más que de salubridad.

Por otro lado, a una escala más global, este fenómeno viene a sumarse al ya existente problema de mal distribución de los alimentos. En efecto, una gran parte de la población mundial carece de acceso a una alimentación adecuada y padece desnutrición. En definitiva, además de la dimensión medioambiental y económica, el desperdicio de alimentos supone una cuestión humanitaria y moral.

Así luchamos contra el desperdicio de alimentos

Aunque el mayor porcentaje de desechos alimenticios se produce en los hogares, las industrias y empresas tiene margen de actuación para luchar contra este problema.

En Atalaya Agroalimentaria hemos trabajado en reducir los posibles desperdicios que puedan producirse en el proceso de transformación de nuestra materia prima. 

La principal acción que hemos llevado a cabo es la optimización de nuestros procesos para aprovechar al máximo el producto consumible. De esta forma, transformamos las olivas en diferentes formatos de aceitunas deshidratadas. Desde mitades del fruto hasta harina extraída de la pulpa.

Por otro lado, utilizamos un método de envasado que alarga la vida útil de nuestro producto hasta un año. De esta forma disponemos de margen suficiente para su comercialización.

A todo ello hay que sumar que prácticamente nuestra producción se realiza a demanda. Así nos aseguramos que todas nuestros productos van a tener un destino antes de comenzar el proceso de deshidratación.

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